miércoles, 19 de diciembre de 2012

El útil, la obra de arte y el signo.

Las cosas están relacionadas en una contexto remisional. El sentido del martillo, su para qué, lo concreta su utilidad; su de qué, su materialidad, los elementos de los que está compuesto: hierro y madera. De manera que el martillo, que es un útil, remite a su utilidad y a sus componentes materiales, que también son cosas. Pero hay un determinado tipo de cosa que no está cerrada por su mera utilidad, ni por su materialidad: se trata del signo. El signo no termina de concretarse en un sólo "para qué" ni en un tipo de materialidad, más bien su relacionalidad es múltiple, nunca acaba de abarcarse y depende siempre del contexto y su interpretación. Sobre todo ocurre con esa clase de extraño signo que muestra lo que no está explicito, lo que se encuentra ausente: la huella, el indicio. Esta clase de signos refieren al fundamento mismo del trato con las cosas y hacen patente de qué modo se da ese trato, y cuál es la índole de la cosa misma. La obra de arte es un signo que remite a algo que no puede patentizarse explícitamente de otra manera: las botas de la campesina dejan de ser un útil con un "para qué" determinado para, en la obra de Van Gogh, pasar a designar su esencia como útil en tanto que útil, en un contexto total de relacionalidad que es el mundo de sentido de la campesina; la grieta que atraviesa el suelo del Tate Modern Art de Londres es el indicio de algo que atañe a la misma definición de arte, una huella que designa la ruptura y la catástrofe; el lapsus mental, la incoherencia, la obsesión, el miedo sin objeto son huellas fantasmales del modo de proceder de la inconsciencia, que se substrae a su completa revelación en la articulación de la palabra. En definitiva, el ser humano como ex-sistencia, y sus producciones, es el gran signo que refiere al ser.