viernes, 21 de marzo de 2014

Jug Face: los pastores del pozo


     

     Jug Face es un film del 2013 dirigido por un señor, Chad Crawford Kinkle, que no conozco en absoluto. Según su escueta biografía, publicada en la página web oficial de la película, es originario del sur de los Estados Unidos y estudió asuntos de arte, fotografía y cine en un lugar del que el nombre no quiero acordarme. A parte de  un corto, Organ Grinder, que aún no he tenido ocasión de visionar, esta es su opera prima. Le ha quedado resultona, sí. No es una gran obra, pero sí es cierto que pone en obra algo que yo llamo terror ontológico. Otras películas, que no tengo paciencia de mencionar, comparten el mérito de acercarse a este trans-género, el que hace del evento de lo numinoso un acontecimiento terrorífico.
      Durante el visionado de esta obra, quedé asombrado por sus semejanzas simbólicas con el pensamiento de la Kehre heideggeriana y, no sólo, sino también de una cierta interpretación retorcida y perversa (que no pervertida) de ella: la comunidad, Gemeinschaft, se encuentra reunida alrededor de un fundamento que la une, la constituye, se prodiga a ella, ofrece y dona legalidad, culto, costumbre: nomos. Pero es un fundamento opaco, telúrico, abismal, un desfondamiento en la tierra (Ab-grund), un socabón, una hendidura, un pozo (pit) que a la vez que provee se oculta. Nunca es posible ver qué sale del pozo, qué otorga curación, muerte y horror; sólo, tal vez, nos es posible cierto vislumbre a través de la representación artística de los que atienden y guardan el pozo: jarras de barro en forma de rostros humanos, rostros de miembros de la comunidad (de ahí Jug Face, cara de jarro).


     Y es que el pozo demanda sacrificios para la buena marcha de la comunidad. Aquello que envía como noticia el pozo es sólo escuchado por el artesano del barro, el artista (pot crafter), que en su hacer se deja poseer por el requerimiento telúrico del momento. Confecciona entusiasmado, poseído por el dios de la hendidura de la tierra, el rostro en barro del miembro de la comunidad a sacrificar. La interferencia en las leyes de la comunidad por el individualismo, por todo lo que es heterónomo al darse del misterio del pozo, es siempre truncado: salir de la comunidad es imposible porque, lo que surge del pozo, es la comunidad misma, en tanto que advenimiento, como un modo de darse del pozo mismo. No es posible el advenir del pozo sin la comunidad, de la misma manera que la comunidad no es posible sin el acaecimiento del pozo y, su trabazón, si mutua escucha y pertenencia, es el acto del sacrificio: la negación de la individualidad, de la libertad burguesa del yo que quiere como voluntad de dominio de todo lo ente.
     Cual Abraham, los sacerdotes del pozo entregan a sus hijos, nombrados por la nada sagrada al agujero, esa madriguera entorno a la que se habita, sin cuestionarse los motivos de ésta. ¿Por qué así? ¿No habría otro modo de dar legalidad y prosperidad para el pozo? Son los protagonistas los que pagan por semejante hybris. La hendidura dona y la forma, el modo de prescripción de la donación, el sacrificio, es algo que el miembro de la comunidad sólo puede aceptar: es lo que hay, es lo que se da. Tal vez las leyes humanas que surgen de la relación con el fundamento, el fulcro desfondado en la tierra, puedan cambiar, pero siembre en atenta escucha a la relación originaria (Ereignis) y propicia de lo que el pozo demanda.
     Salvo por la introducción de algún elemento algo infantil, estamos ante una película que posee un fuerte entramado simbólico, ya sea entendido a la heideggeriana o no. Rasgos de Freud, de Hegel o Eliade saltan a la vista del espectador leído. Potente su simbología, algo floja su trama, muy interesante su propuesta. Tengamos oídos para lo que esta obrita primeriza nos demanda.