domingo, 18 de mayo de 2014

La irrupción de lo eterno en la Historia en Carl Schmitt: por qué transitar hacia una teología de la Historia.



   
  La filosofía de la Historia es el modo en el que el hombre se interpreta a sí mismo en el decurso de los acontecimientos, en aras a una exigencia utópica de unidad de mundo. Así es como caracteriza Schmitt este gran metarrelato, en una conferencia que ofreció en el Ateneo de Madrid en el año cincuenta y uno y que lleva por título, precisamente, La unidad del mundo.
     La política de bloques y la guerra fría es el gran contexto histórico en el que se enmarca la exposición de Schmitt; dos grandes discursos unificadores de la historia, el del progresismo de Occidente y el del marxismo de Oriente, que tienen en común la unidad del mundo de carácter técnico. Las diferencias ideológicas de ambos bloques se ven “neutralizadas” en aras al desarrollo tecnológico global, entendido este como “organización unitaria del poder humano: planificación, dirección y dominio de la tierra y la humanidad entera”.  
     Schmitt entiende que, el núcleo de gravedad desde el que se posiciona el antagonismo entre amigo y enemigo, no es ya ni si quiera la ideología como encubrimiento de un interés económico, sino la mera técnica-industrial y su concepción de unidad del mundo como “proceso irresistible de centralización absoluta”. La unidad lo será de la técnica, entendida como estrategia de gestión global, más que la mera política.
     No nos centraremos, en esta pequeña reseña, en la posibilidad de una tercera vía de bloques emergentes, cuya armonía dispusiera  un nuevo espacio en el derecho internacional; una nueva condición de posibilidad de la ley o Nomos de la tierra, en analogía con el derecho de Gentes Europeo de los siglos XVIII y XIX; más bien incidiremos en el interés de una unidad planetaria como proyecto de las filosofías de la Historia anteriores a la destrucción de los grandes metarrelatos de la Historia, tan del gusto de nuestra época.
     La dualidad del mundo de la guerra fría, sería una mera transición hacia la unidad planetaria que impone el paradigma de la tecnicidad, sustentada ésta por la filosofía de la Historia marxista y Occidental. El peligro que aquí encuentra Schmitt es que, en el afán neutralizador de lo político por parte de la técnica, el desarrollo moral de la humanidad no vaya a la par del desarrollo técnico planetario.
     Realizar la unidad del mundo, por parte del vencedor, supondría un solo punto de vista; unos ideales, el nacimiento de un humanismo en un “nuevo hombre”; la imposición de una sola moral y un solo ideal político. La realización de la unidad del mundo imposibilitría la posición entre antagonistas y estancaría la estructura ideológica, de tal manera, que aseguraría una suerte de pax augusta a la americana o a la marxista-leninista, según el vencedor de la lid. Pero la filosofía de la Historia occidental, es una suerte de fe religiosa del perfeccionamiento del hombre por parte de la técnica, como la ciencia-ficción de su momento planteaba: operetas galácticas de gobiernos planetarios universales, utopías futuristas en las que el hombre ya no tendría que morir; concepciones todas estas que, aunque pasadas por el filtro de las distopías, han heredado la ciencia-ficción y las nuevas corrientes artísticas de unas décadas hacia la actualidad, las cuales entienden la mejora humana  como trans-humanismos cibernéticos y genéticos que se encontrarían en constante evolución.
     El núcleo de la crítica schmittiana a la filosofía de la Historia consiste en situarla en su origen como dialéctica hegeliana. La dialéctica hegeliana y el materialismo histórico (y su respuesta capitalista) aunados a los productos del racionalismo occidental, llevarían a cabo la realización de la unidad del mundo: la unidad de la técnica, en la que la Tierra queda conectada, como predijo Lenin, en la red eléctrica: ondas electromagnéticas de una sola filosofía de la Historia atravesarían el telón de acero.  
     Es la traducción marxista de la filosofía de la Historia dialéctica al materialismo la que ha formalizado, según Schmitt, el modo de entendernos como narrativa coherente desde la perspectiva del progreso y la circularidad: el movimiento dialéctico que incurre en una eterna superación integradora (Aufhebung) supone un nuevo paganismo para la cosmovisión católica de Schmitt.
     Según Schmitt, ya cualquier intento de filosofía de la Historia ha caído, desde Hegel y posteriormente el marxismo, en una analogía con los ciclos naturales de manera que, la creencia en una resurrección de ciclos, como si las civilizaciones renacieran rejuvenecidas como el ave Fénix, salvaría como  falso remedio de la hegemonía de un solo poder y una sola ideología sobre la tierra; el mundo y la humanidad, técnica mediante, se harían así “una unidad palpable”,  una sola persona (magnus homo); pero si el ciclo no llega a su fin, si la unidad planetaria se mantiene férrea por los siglos de los siglos ¿qué no podría hacer la globalidad humana para deshacerse de sí misma?
     El gran peligro de este hombre colectivo es la capacidad para aniquilarse a sí mismo de una sola vez. Así, tomar la filosofía de la Historia de manera circular, como un ciclo en el que la civilización en el ocaso nuevamente emerge, sería un falso remedio contra la posibilidad fáctica del exterminio radical de la vida humana en la Tierra. Las concepciones circulares de la historia no tienen en consideración la absoluta aniquilazión de la raza humana por ingenios sumamente alotécnicos como la bomba atómica. Ni Marx ni Hegel podrán haberse imaginado jamás el arma de destrucción definitiva.
     Poéticamente, Schmitt hace alusión al suicidio filosófico de los estoicos como “el único sacramento que el hombre puede administrarse a sí mismo” para alcanzar la libertad, para escapar del dominio ubicuo de un solo poder global: entiende el eschaton como auto-aniquilación liberadora de la mega-humanidad.
      Warren Ellis, el guionista pulp inglés, bien nos ilustró este acto propiciatorio del fin del mundo en muchas de sus excesivas novelas gráficas acerca del triunfo de la técnica, sobre todo en Dr. Sleeples, en el que un grupo de futuristas proponen acercar, “hacer inmanente e inminente”, el fin último de la humanidad como liberación de un mundo que ha devenido horror tecnológico, separado de todo avance espiritual y moral.


     ¿Qué nos propone Schmitt como alternativa al falso remedio de la filosofía de la Historia? Regresar una teología de la Historia. Comprender hermenéuticamente, desde su situación actual la “irrupción de lo sagrado en la historia”, es lo que nos ofrece el jurista y pensador alemán.  La concepción cristiana de la historia, el contrario que las filosofías de la historia, supone que el eschaton,  el fin de los tiempos, no será simplemente un fin de ciclo.
     De las concepción cristiana de la Historia que nos ofrece Schmitt, es la de San Pablo la que más desarrolla en este texto (será en un artículo de la revista Arbor donde abunde en las tres posibilidades). El príncipe, el emperador, será quien “reprima el poder del mal” de manera que la dignidad de éste se definirá por la lucha misma contra el Anti-Cristo: el katechon, el aplazamiento o también alejamiento del eschaton o fin del mundo. Nada de utopías ni ucronías ya que la teología de la Historia Cristiana entiende el nacimiento de Cristo como un hecho absolutamente irrepetible, por lo que no es posible recrear otro ciclo en donde el hecho pudiera haber sucedido de otra manera o, sencillamente, no haber sucedido; y, por otra parte, es preferible el fin del mundo al naufragio en un suicidio de la tecnicidad.
     Al margen de toda la retórica católica, el interés de la propuesta Schmittiana, reside en el hecho de considerar la Historia como algo irrepetible, además de entender la razón de ser de su devenir como algo que no se agota en una sola unidad ideológica. Se trata de entender que la historia es siempre más grande que la propia auto-interpretación de ella misma que realiza el hombre (que impone la propia filosofía de la Historia). Como en Heidegger, lo que abre el momento concreto es algo que lo desborda como irrepetible y como indisponible y que, en el caso de Schmitt, es la irrupción de lo divino y eterno en la Historia. La Historia no es un decurso de reglas y normas científico-naturales, biológicas, o de que cualquier otra índole (como en el caso del Marxismo): “su contenido esencial es el acontecer específico que sólo una vez sucede y no se repite”.
     Parece que Schmitt entiende la eternidad más cerca del eterno retorno de la diferencia, con el que Deleuze reinterpreta a Nietzsche, que del eterno retorno de lo mismo-superado procedentes de las filosofías de la Historia dialécticas. 
     Círculos y espirales, líneas rectas: lo que retorna en Heidegger, Nietzsche, Deleuze y Schmitt será algo que pertenece al largo e inabarcable debate filosófico actual de la ontología política.