martes, 22 de noviembre de 2016

Ficciones del Apocalipsis.



¿Cuándo sabe uno que la resolución que ha tomado es auténtica? ¿Cuándo sabe uno que no se encuentra en medio de lo ente, en la habladuría, en la ficcionalización del mundo? Y, aún más ¿cómo sabe uno que, creyéndose redimido de la caída en lo meramente óntico, no está más que abundando aún más en ella? Leo en Luis Sáez que la tormenta del ser es solo notada como disfrute estético de lo sublime, como en Kant... da gusto sentirse a salvo mientras contemplas en el muelle la catástrofe; no como el marinero en pleno faenar, que permanece "con la pipa encendida" sereno, que dice el de Messkirch y noble, que remata el de Macael. Pero aquí estamos hablando de cercanías y lejanías, y resulta que hay modos propios de situarse en el futuro, ya que éste es una de las dimensiones extáticas que constituye la temporalidad humana; de la misma manera que también hay modos impropios de querer lo futuro, en la avidez de novedades, porque nos aburrimos de tanto ente. Sin el futuro no es posible una previvencia, un prefigurarse lo que será, un traer aquí lo lejano para proyectarse auténticamente. Lo más lejano es lo más cercano, lo más sencillo, de una inusitada simplicidad... es el ser, tan cercano en nuestra comprensión media de sentido, que queda oculto por el trato cotidiano con las cosas. Pero el ser puede mostrarse en la lejanía como una tormenta catastrófica. Ahora bien, ¿puede darse una previvencia de la presencia (parousía) tormentosa del ser de modo auténtico o más bien nos hallamos en una ficcionalización, estetizante y sublime... ya que estamos "aburridos"? ¿Cómo saber eso? ¿Cómo saber que uno está en la disposición afectiva adecuada, angustiado en la clama, sereno en el dejar ser al haber traído a sí lo más lejano y a la vez lo más cercano que es la tormenta del ser? ¿Juan en la isla de Patmos nos trajo una ficción sublime de la revelación del fin de los tiempos, estetizada e inauténtica? Puede ser; pero también puede ser que esas manifestaciones ónticas e inauténticas del desastre respondan a una bestimmung global, a un sentir epocal, respecto al modo en el que habitamos junto a lo ente. Las múltiples prefiguraciones de lo catastrófico óntico, acontecimientos concretos de lo final, eso que el mundo neotestamentario llama Eschaton  (y aquí introduzco a Carl Schmitt) pueden ser formas de darse una manera ontológica de pervivir en el sentir de un nuevo nomos de la tierra, una nueva ordenación del territorio y un recomienzo ontológico del mundo. Aquí territorio lo es en un espacio no sólo geográfico, sino también en un Raum ontológico que implica el modo en el que nos las habemos con y habitamos los elementos: el aire, el mar, la tierra (el fuego atómico). Dado que el mundo no puede nunca cerrarse en su sentido: americanismo, bolchevismo, europeísmo, islamismo, no será que éste está pujando para mostrarse en otra figura, en un nuevo nomos aún no pensado. Con Lovecraft, cuando Cthullhu está por despertar de las profundidades del mar, la bestimmung de artistas y pensadores se altera por la catástrofe por venir, no en un acontecimiento en concreto óntico, sino por el irrumpir de lo real, que lleva siglos durmiente, en los pre o sub conscientes, de manera que obligue a simbolizar figuras ónticas y ficcionalizadas del emergente nomos. Y digo yo, no será ese viejo marinero en la tormenta, ante la presencia de Cthullhu, con su pipa tranquila, una ficcionalizacion más?

La trampa del soberano como encarnación positiva del poder constituyente



El Carl Schmitt de La Dictadura nos presenta un ámbito constituyente que, pese a no ser legal, pertenece como "exceso´" (sobreabundancia) a la constitución misma; así pues, en el orden constitucional está ya implícito el elemento constituyente, de manera "invisible", pero no obstante en tanto que condición de posibilidad siempre en estado naciente (expresión ésta mía, no de Schmitt). El "poder constituyente" está presente en la constitución en tanto que ausente, dado su carácter "fundamentador"; no obstante, pese a que este poder carece de un establecimiento legal, no deja de ostentar un estatuto político y jurídico que éste se auto-otorga. En Teología Política el poder constituyente pasará a denominarse "Soberano” y, como tal, puede suspender el orden constitucional para declarar el estado de excepción siempre que se defienda al súbdito de la amenaza existencial del enemigo público ("hostis"). Finalmente, en Tierra y Mar y el Nómos de la Tierra encontraremos como dicho poder constituyente es capaz de abrir nuevos espacios ontológicos, geográficos y jurídicos que retengan (Katechon) la llegada del Anti-Cristo (según la teología política cristiana deudora de Pablo de Tarso y Tertuliano). Hay que tener en cuenta que Schmitt entiende que esta concepción del mundo católica es una propuesta personal y que son posibles otros modos, otras filosofías de la historia, que abran un nuevo Nómos. Lo interesante aquí es notar que, evidentemente, y no como mero método de definición por vía negativa, el dispositivo diferencia óntico-ontológica se encuentra presente. En Teología política llega a afirmar, cosa que también hace Agamben en Homo Sacer sobre Schmitt, que no hay una auténtica separación entre phýsis y nómos sino que ésta, la phýsis se encuentra en estado de forclusión respecto al propio nómos, de manera que se manifiesta como decisión del soberano al proclamar el estado de excepción. La phýsis, como fuerza y poder constituyente, se encuentra en el mismo exceso del orden constitucional, cosa que legitima, política y constitucionalmente, el decisionismo unilateral de la encarnación de esta fuerza que es el Soberano. Así pues, el exceso que hace posible el orden constitucional puede negar el propio orden constitucional, derribarlo para declararlo incompetente en aras a la defensa del Estado, cuando las intensidades de la enemistad entre dos naciones ha llegado al límite; razón por la cual el Soberano será aquel que pueda decidir sobre el estado de excepción. ¿Cuál es el truco aquí? Tal vez una excesiva positividad del ámbito ausente y constituyente en la figura trascendente de un soberano de corte hobbesiano. ¿Puede darse una encarnación positiva de lo indisponible en aquel o aquellos que detenta el poder, que han logrado la "unidad política" del Estado?