Durante el visionado de esta obra,
quedé asombrado por sus semejanzas simbólicas con el pensamiento de la Kehre heideggeriana y, no sólo, sino
también de una cierta interpretación retorcida y perversa (que no pervertida)
de ella: la comunidad, Gemeinschaft,
se encuentra reunida alrededor de un fundamento que la une, la constituye, se
prodiga a ella, ofrece y dona legalidad, culto, costumbre: nomos. Pero es un fundamento opaco, telúrico, abismal, un
desfondamiento en la tierra (Ab-grund),
un socabón, una hendidura, un pozo (pit)
que a la vez que provee se oculta. Nunca es posible ver qué sale del pozo, qué
otorga curación, muerte y horror; sólo, tal vez, nos es posible cierto
vislumbre a través de la representación artística de los que atienden y guardan
el pozo: jarras de barro en forma de rostros humanos, rostros de miembros de la
comunidad (de ahí Jug Face, cara de
jarro).
Y es que el pozo demanda sacrificios para la buena marcha de la
comunidad. Aquello que envía como noticia el pozo es sólo escuchado por el
artesano del barro, el artista (pot
crafter), que en su hacer se deja poseer por el requerimiento telúrico del
momento. Confecciona entusiasmado, poseído por el dios de la hendidura de la
tierra, el rostro en barro del miembro de la comunidad a sacrificar. La
interferencia en las leyes de la comunidad por el individualismo, por todo lo
que es heterónomo al darse del misterio del pozo, es siempre truncado: salir de
la comunidad es imposible porque, lo que surge del pozo, es la comunidad misma,
en tanto que advenimiento, como un modo de darse del pozo mismo. No es posible
el advenir del pozo sin la comunidad, de la misma manera que la comunidad no es
posible sin el acaecimiento del pozo y, su trabazón, si mutua escucha y
pertenencia, es el acto del sacrificio: la negación de la individualidad, de la
libertad burguesa del yo que quiere como voluntad de dominio de todo lo ente.
Cual Abraham, los sacerdotes del pozo entregan a sus hijos, nombrados
por la nada sagrada al agujero, esa madriguera entorno a la que se habita, sin
cuestionarse los motivos de ésta. ¿Por qué así? ¿No habría otro modo de dar
legalidad y prosperidad para el pozo? Son los protagonistas los que pagan por
semejante hybris. La hendidura dona y
la forma, el modo de prescripción de la donación, el sacrificio, es algo que el
miembro de la comunidad sólo puede aceptar: es lo que hay, es lo que se da. Tal
vez las leyes humanas que surgen de la relación con el fundamento, el fulcro
desfondado en la tierra, puedan cambiar, pero siembre en atenta escucha a la
relación originaria (Ereignis) y
propicia de lo que el pozo demanda.
Salvo por la introducción de algún elemento algo infantil, estamos ante
una película que posee un fuerte entramado simbólico, ya sea entendido a la
heideggeriana o no. Rasgos de Freud, de Hegel o Eliade saltan a la vista del
espectador leído. Potente su simbología, algo floja su trama, muy interesante
su propuesta. Tengamos oídos para lo que esta obrita primeriza nos demanda.