jueves, 10 de abril de 2014

Los nuevos hombres de la transhumanidad: la merma de la facultad de simbolizar nos hará más aptos para la supervivencia.


     La evolución supone la adaptación de la especie al medio para la supervivencia. La adaptación ocurre gracias a cambios que afectan genética y genealógicamente a la especie, hasta el punto de hacerla devenir otra especie: de organismos pluricelulares a algas; después a cordados; más tarde a peces; luego híbridos y, de híbridos, a mamíferos... 

    Sin embargo, no debemos inferir solamente, de la adaptación al medio, el mejoramiento de la especie: ¿qué especie es mejor? ¿con respecto a qué es mejor? Lo único que tenemos por cierto es que, para sobrevivir, las especies deben adaptarse al medio-ambiente; no obstante, de la adaptación no debemos inferir la mejora absoluta de la especie. La mejora absoluta hace referencia a un plano teleológico, a la tendencia hacia lo mejor. La especie adaptada a unas determinadas condiciones geofísicas y ambientales podría no estarlo en otras radicalmente diferentes; de la especie hombre hasta ahora decimos que es la que mejor se adapta pero, esta manera de entender la mejora, hace referencia a su capacidad de adaptación, a su versatilidad para colonizar y habitar nuevos espacios; no obstante, mediante esta definición aún no podemos definir qué es "mejor" en un sentido absoluto, fuera de toda otra relación a la adaptabilidad. ¿En qué consiste la mejora de lo humano? Tal vez en ser más que humano, en ser sencillamente más: la ultra-humanidad.

     Mientras la animalidad pura se hace al entorno el ser humano, además, deviene su mundo de sentido, su espacio simbólico, en el darse epocal de un modo de ser. La hominización es una adaptación para la versatilidad, que dispone las bases para el desarrollo de la humanización: habitar espacios geofísicos a la par que simbólicos. El mismo concepto de mejora humana es, evidentemente, algo simbólico; digamos que, lo que propiamente ha hecho del hombre hombre, es esa capacidad de simbolizar producto, por supuesto, del tránsito evolutivo hacia la hominización. Humanizar la naturaleza es simbolizar. La civilización se sustenta en bases simbólicas como el derecho, la aritmética, el pensamiento metafísico o las diversas formas artísticas.

    ¿Pero qué es simbolizar? Traer aquí lo que no esta inmediatamente presente: abstraer conceptos, imaginar conceptos, construirlos, calcular, representar, anticiparse en las elecciones, realizar estrategias, interpretar, crear; en definitiva, poner las condiciones para hacer acontecer lo invisible. El símbolo es un signo que representa lo ausente: la forma de la ley es sólo eso, forma, enunciado que legisla, su carácter simbólico es el legislar, legislar es limitar en la legalidad, constreñir o ejercer coerción: simbólicamente constriñe la materia de nuestros deseos y disposiciones, nuestras máximas; no obstante la ley, en su carácter coercitivo, no está meramente presente, se hace presente gracias a la capacidad de simbolizar su coerción, su fuerza. La fuerza física misma con la que la ley se hace efectiva gracias al monopolio de la violencia del Estado.

    Como hemos expuesto anteriormente, esta facultad de simbolizar tan propia del ser humano, es producto del proceso de hominización, el proceso evolutivo que las diferentes especies de homínidos llevaron a cabo para devenir homo sapiens sapiens. Las escuelas actuales evolucionistas mantienen, con Darwin, que las especies están en continua evolución. Si la humanización es un proceso cultural por el que el ser humano se adapta al medio de una manera determinada y, la capacidad de simbolizar es el fundamento de este proceso, debemos comprender que ambas, proceso y capacidad se mantienen, según las teorías evolucionistas, en constante proceso de cambio evolutivo. Según sociólogos como Bernard Philips, la adaptación humana ya no continúa por un proceso biológico, sino cultural: la evolución biológica, que procede mediante selección natural y mutaciones, ha dejado paso a la evolución cultural y simbólica. El hombre evolucionaría en su vertiente humanizante y, a la par simbólica. De aquí deberíamos colegir que la facultad de simbolizar estaría constantemente evolucionando, cambiando hacia una mejora; pero claro, como hemos expuesto anteriormente, la mejora sería meramente adaptativa, en relación a los cambios del entorno simbólico y cultural en que se habita.

     ¿Pero la evolución social del ser humano es a mejor? ¿En qué consiste esta evolución social? En la integración de grupos sociales cada vez más amplios. La civilización se hace global. La evolución social supone el habitar planetariamente el mundo y, quien sabe si algún día, trans-planetariamente: en Marte o en Europa. A la primera pregunta sólo podemos responder como lo hemos hecho hasta ahora: la mejora es en la adaptación. El proceso de humanización, ya global, ya cada vez bajo una modo de simbolizar más similar, ha ganado la batalla no sólo de otras especies, sino de la diversidad de individuos en la especie hombre e, incluso, de el resto de los entes orgánicos e inorgánicos. El positivismo francés y el marxismo nos enseñó que el mundo estaba ahí para ser humanizado, para ser transformado mediante la actividad práctica del hombre: para ganar la batalla de la adaptación planetaria. La sociedad post-industrial, arraigada en lo que Heidegger llamó la cibernética, las tecnologías de gestión y comunicación casi instantáneas y planetarias, nos está mostrando que la batalla por la adaptación es también una batalla simbólica para imponer un único modo de simbolizar: el del cálculo, la gestión y la previsión. Mejorar aquí, en este sentido, es evolucionar hacia la adaptación en una sociedad instalada en el paradigma de la comunicación, es saber simbolizar de un sólo modo. Simbolizar en el ámbito de lo trascendental, apriorístico, realizar metáforas de lo indisponible, articular cadenas de significantes entorno a lo que propicia el significado: hacer filosofía, en definitiva, es ya, ahora, una desventaja evolutiva. Mejorar ahora es seguir siendo muy humano, abundar en la humanidad que humaniza y no tiene en consideración lo simbólico de lo ultra-humano, de lo que está más allá de lo humano. Adaptarse es poner el mundo a la medida de lo humano.

    Los nuevos hombres, los que pasan por ser súper-humbres, ultra-hombres, no son más que trans-hombres. La trans-humanidad no es más que un nuevo humanismo para insistir en la esencia productiva y transformadora de lo humano. El hombre se hace máquina, mutante, para propiciar un salto evolutivo de carácter biológico que imponga el salto evolutivo cultural y simbólico hacia el cálculo y la gestión. Artefactos, terapias génicas, eugenesia de selección embrionaria, drogas que implementen la capacidad de reacción cognitiva, son las nuevas técnicas que adelgazan la definición clásica entre orgánico e inorgánico al reducir, atómicamente, todo lo real a intercambio de bits de información: el mismo código genético es una estructura abierta de paquetes de información susceptible de cambio y mejora adaptativa. La trans-humanidad solamente nos demuestra que el hombre ya no es solamente orgánico y simbólico sino que es, sobre todo información, de la misma manera que los objetos inorgánicos (las homeotécnicas profetizadas por el filósofo Sloterdijk). El "trans-" del "trans-humanismo" es un viraje hacia la "feliz" unión entre lo orgánico e inorgánico en su común constitución: el código. Pero al "trans-"le falta un "ultra-": esa consideración nietzscheana de la naturaleza del hombre como Voluntad de Poder. Mientras que el transhombre se hace más hombre, el ultrahombre quiere superar al hombre en una variante evolutiva. Pero de la misma manera que el hombre de Cromagnon acabó con la variante evolutiva Neardental, la capacidad simbólica cerrada del transhombre ha terminado siendo, evolutivamente, más apta que la capacidad simbólica abierta del ultrahombre. Crear, imaginar, reflexionar acerca de lo real hace adaptativamente débiles a los hombres; potenciar estas facultades simbólicas los transforma en parias sociales y ciudadanos de segunda categoría que, sólo pueden llegar a tener éxito, si son capaces de vender su actividad como producto de entretenimiento. Y es que, el aspecto superfluo del que hablaba Ortega en su meditación acerca de la técnica, esa tendencia hacia lo no meramente presente, hacia lo que nos hacía propiamente humanos, una vez las necesidades materiales estaban cubiertas, sea índole simbólica que nos abre a las artes, las ciencias y el pensamiento, ha devenido en nuestra compleja sociedad de retículas informativas en, por una parte, administración  y cálculo de existencias disponibles; y, por otra parte, mero entretenimiento: se escucha música para bailar y pasarlo bien, se ve cine para divertirse un rato, se lee para pasar el tiempo y así, realizar tareas propias del trans-hombre, de manera más edificante.

    La merma simbólica del trans-humano le hace ser mejor en un sentido adaptativo; pero, en un sentido ontológico, en el sentido del ser como expansión y aumento: ser más para interpretar, crear y entender mejor es peor; es, desde luego, de-evolutivo.

    Con esto no se quiere decir que la técnica sea, esencialmente, nociva para el proyecto de ultra-hombre. Aceptamos desde la posición del que escribe, la cibernética y la biotecnología, como implementos del mejoramiento para la capacidad de simbolizar lo indisponible; sólo decimos que, al trans-, le falta el ultra-.

    Criticamos que las homeotécnicas están enfocadas para producir trans-hombres para el cálculo y la administración pero, en última instancia ¿se puede considerar de manera absoluta la mejora? Tal vez sólo podemos hablar de "mejora" si ésta nos permite adaptarnos mejor como especie para sobrevivir e imperar... y lo demás, tal vez sólo sea un sueño: "el último humo de una realidad ya evaporada".