domingo, 30 de octubre de 2016

Filosofía-pop 3.



21. La (anti-) metafísica del Doctor Extraño.


      Creo haberme reconciliado con esta nueva producción de Marvel al asistir a su estreno. No me he encontrado con ese exceso de magia geométrica y caleidoscópica que servía de motivo principal en los tráileres; antes bien, la forma de plasmar lo mágico es más flexible y abierta e, incluso, encierra algunas consideraciones filosóficas. Además de la grata sorpresa que me he llevado al advertir que  se han respetado antiguos diseños de Stive Ditko, sobre todo en los paisajes de la dimensión oscura, podemos asistir a homenajes de muchos personajes icónicos de las aventuras del hechicero y de esa maravillosa primera etapa en la que Lee y Ditko formaban tándem. No obstante, al margen de todo esto, he podido comprobar cómo los guionistas han soltado algunas gotas de filosofía existencial, que no existencialista y es que, al fin y al cabo, la dialéctica principal que opera en el filme es la que involucra la oposición entre temporalidad y eternidad… tanto es así que el ojo de Agamoto contiene la misma esencia del tiempo.
     La filosofía en la actualidad debe lidiar aún con esos dos acontecimientos que son Nietzsche y Heidegger y esta película, a su manera ingenua y ligera, los ha tenido a ambos en cuenta. Si alguna influencia han tenido estos dos pensadores en la cultura occidental es la de volver a traer el problema del ser y la temporalidad a la metafísica: una titanomaquia entre el tiempo y lo eterno que bien podría expresarse en Doctor Extraño como la lucha entre los partidarios del devenir y la inmanencia, el bando de The Ancient One; y los seguidores fanáticos de Dormammu, anclados en la inmutabilidad del UNO y lo trascendente. Éste es el gran dilema de la película, que es, de alguna manera, el de nuestra cultura occidental; no se trata, tan solo, del tema de la obtención y aseguramiento del poder: no se trata sólo de una lucha por el poder, sino de una batalla por asentar una metafísica, la que se libra entre lo inmutable, la del UNO de Parménides y el devenir y la mutabilidad del Ser de Heráclito y Nietzsche.
      La definición exacta de fanatismo, fenómeno tan de moda en nuestros tiempos, ha sido bien expuesta en esta obrita de Disney mediante la figura de Kaecilious, ya que éste quiere lo que hasta ahora han querido todas las religiones del libro, depauperar la vida y lo terrenal en pos de una existencia trascendente en lo UNO eterno, alejada del dolor de lo cambiante y de la multiplicidad. Para Kaecilious, tanto como para ISIS, la vida humana no vale nada dada su transitoriedad en un mundo terrenal, atravesado por el cambio y la multiplicidad; razón por la que harían cualquier cosa por regresar al UNO perfecto y eterno parmenídeo. Si la vida no vale nada y este mundo es un valle de lágrimas imperfecto y falseado, cualquier método para restaurar la unidad y la perfección es válido: incluso la auto-inmolación; así, Dormammu promete ser el dios de la verdad eterna que hasta el siglo XIX ha imperado como garante, no sólo de nuestras creencias, sino del modo en el que entendemos la verdad, el bien y la belleza: tal que universales abstractos garantizados por la presencia del UNO.
      Así pues, Extraño actúa como una fuerza del devenir que redime al tiempo del deseo de inmutabilidad y eternidad humano. Extraño es un anti-metafísico que pretende la caída del cielo de los adoradores y la restauración del valor de lo temporal y pasajero como condición misma de lo humano. Si el ser humano es algo es TIEMPO, existencia misma que se anticipa al morir, razón por la cual The Ancient One en su último momento de vida, nos dice que “la muerte es lo que da sentido a la vida”, pensamiento tan cercano al Dasein (existencia humana) de Ser y Tiempo, donde Heidegger expone que es la anticipación a la muerte la que hace que nuestras elecciones en la vida puedan tener sentido y, por ello, ser auténticas (Sein zum Tode).
     Para corresponder a la continuidad del UCM, se ha sacrificado la auténtica función del ojo de Agamoto, que era la de arrojar, irradiar la luz de la verdad: la iluminación de lo que queda oculto Alétheia, que dice el griego. No obstante, encerrar una gema del infinito en el ojo, la del tiempo, la que constituye lo humano mismo (que ya hemos dicho que es temporalidad), la que irradia la luz por la cual podemos entender lo humano (Según el Heidegger de Ser y Tempo), ha conferido al personaje de un cariz existencial muy interesante: el de un adalid de lo terreno, capaz de vencer al demonio de lo Uno eterno, mediante el dominio del Tiempo, tan humano, demasiado humano… 

      Por otra parte: ¿es Dormammu un Da-sein? Si lo es, que así parece, dado que al comportarse muestra poseer un horizonte de comprensibilidad media de las cosas, entonces tiene temporalidad. Un ente que no tiene tiempo no tiene tampoco trato con las cosas, ya que las cosas son temporales, razón por la cual el ente supremo en Aristóteles sólo se conoce a sí mismo: en su suma perfección es eterno e inmutable y, por lo tanto, es un en sí anonadado. Dormammu parece haber realizado un movimiento de extrañamiento (con Extraño) hacia lo otro de sí, esta arrojado afuera en su trato con el mundo y sus fieles. Ese otro Dasein que es Dr. Strange no trae el tiempo, sino el eterno retorno de lo mismo, del cual selecciona un acontecimiento en concreto: el más favorable. Ha quedado claro entonces que, al contrario de las interpretaciones que se dan a la conclusión del filme, Dormammu no es eterno, tiene temporalidad, proyectos, planes, además de un pasado. Tiene tiempo; por otra parte, Strange no es alguien que trae el tiempo a Dormammu, sino que introduce una afirmación eterna. Trae lo eterno a Dormammu, más bien.

22. La odisea ontológica de Kubrik y el paseo óntico de Nolan.
      2001, Odisea en el espacio es ontológica en dos sentidos: retoma el problema de lo real desde el ser humano, cosa que no hace Interstellar. El “progreso” y “evolución” de la esencia de lo humano y, por lo tanto, de su propia definición, lo es en relación a una instancia no humana (sagrada/alienígena) que se impone y demarca el paso de la hominización al de la humanización. Casi nada. Aquí lo alienígena no es entendido desde un punto biologicista o, mejor dicho, xenobiológico, sino que se encuentra en el espacio de lo misterioso y no definido... es lo que "no" del ser humano. En contra de la ciencia-ficción de la época, que abunda en el encuentro de la humanidad con razas alienígenas de otras galaxias y que culmina con la opereta galáctica llamada Star Wars/Star Trek, 2001 no necesita del dispositivo ovni de Roswell. Su referencia a lo numinoso es perfecta: el poder que irradia un monolito negro de origen desconocido. En el otro sentido, se trata del nuevo hombre, el trans-humano, el súper hombre acunado por el Zaratustra de Strauss, que es la expresión de la perfecta y mutua apropiación entre el ser y el ente; no es el heraldo de la voluntad de poder, sino el producto de una selección genética para producir una especie de onto-pastores.
      Sin embargo en Interstellar la dimensión de lo no humano está por completo excluida. No hay conflicto en la propia inteligencia artificial, es ya humana, agradablemente humana. La voz del ser, de más allá de las estrellas, que hace guiños (wink) a la humanidad como especie ES LA PROPIA HUMANIDAD FUTURA, es el yo futuro atrapado en un bucle temporal del protagonista que, finalmente, redunda en una utopía tecnológica en la que el ser humano ha alcanzado el dominio del todo de lo ente; INCLUSO DE UN AGUJERO NEGRO. Esto se llama: humansimo.


23. La diferencia óntico-ontológica.
      Diferencia ontológica: el ser lo es siempre del ente, en cada caso. No hay ser sin ente, si no estaríamos hablando de una especie de súper-ente o ente supremo que flota por encima de cualquier ente. Sin embargo el ser es la condición de posibilidad del ente, de tal manera que lo sobrepuja, lo excede o, como decía Plotino, lo sobre-abunda. El ser se muestra en el todavía no de la cosa. Cuando quieres acotar un tema y ves que es humanamente imposible, ahí tienes el PUTO ser. Cuando necesitas temperar un instrumento porque de cuartos de tono te vas al infinito, ahí está el ser pujando. Titán de la mitología griega, dios primigenio de Lovecraft. El ser se expresa en lo sublime.

sábado, 8 de octubre de 2016

La Gran Política de Luis Sáez Rueda.




La Gran Política es musical, requiere de un tempo, un "rythmus" problematizante, a nivel pre reflexivo. No cuestiona una cosa en concreto, un ente, como lo son los presupuestos del Estado, los Derechos Humanos, el paro en España, la ruptura del bipartidismo; pero, no obstante, está presupuesto en todo ello. La phýsis aristotélica, la natura naturans spinoziana, la tierra ocluida de Heidegger, que acaece como posibilidad de lo abierto, del espacio; el lugar donde se hace posible un nuevo NÓMOS de la Tierra en Schmitt. Esa maravilla inexpresable que se encuentra en el espacio intersubjetivo, entre nosotros y que pocos tienen la prudencia de predecir en el momento adecuado kairós (locos, pítiades de las profundidades ahítas de vapores psicotrópicos). La Gran Política expresada de manera magistral en la obra, que apunta a monumental, del maestro Luis Sáez Rueda: El Ocaso de Occidente. El dios que aún puede salvarnos se esconde en la corriente rizomática de lo no expreso, que el autor de esta obra se aventura a articular, como pocos han tenido cojones de hacer. En un mundo donde todos quieren análisis históricos, sociológicos y económicos, Luis Sáez obliga a estas pseudociencias, sin negarlas, a hundir su interrogar en las raíces de lo ctónico, de lo cual sólo tenemos la evidencia pulsante, hecha óntica demanda, de nuestro devenir occidente ontológico. Y es que ya era hora de que alguien señalase en qué consiste la Götterdammerung de nuestra cultura, aquello que aún no nos lastra para realizar la gran política: A-GENESIA, en tu curro, en tu vida, en tus hijos, en tu propio preguntar… pobres de espíritu. Incapacitados para crear nuevos espacios, para lanzar nuevas fuerzas en las que no resuene el espíritu de enganza, el síntoma, el phantom, el fantasma…

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domingo, 2 de octubre de 2016

Filosofía-pop 2.

13. De la imposible positividad de la retracción. 

Con Zizek llegamos entonces a la cuestión de si es posible, como en el caso de Heidegger cuando
condena el racismo del nazismo en tanto que biologicista, separarse de la ideología del texto para buscar algo más profundo, su “núcleo no-ideológico”. En este punto, el filósofo esloveno cree localizar una trampa en la argumentación heideggeriana: Heidegger se aleja del movimiento del nacional socialismo por su justificación racista, cosa que indispone a dicho movimiento para acceder a su “grandeza interior” como kairós político en el que se retome, de un modo originario, la relación entre ser y ser humano. Esto presupone que un movimiento político puede remitirse directamente a su fundamento “histórico-ontológico” sin embargo, a instancias del pensador alemán, para que la positividad del momento óntico del movimiento político sea posible debe darse una retracción de su momento ontológico, de manera que el compromiso óntico debería quedar siempre “desvalorizado” por el compromiso ontológico; así pues, ¿cómo es posible que el nacional socialismo muestre en su positividad el momento ontológico? Según Zizek no es legítimo, en el mismo contexto heideggeriano, que Heidegger exija a la positividad concreta y óntica que es el movimiento nacional socialista como biologicismo, supremacismo racial y nacionalismo férreo, una instancia no accesible e indisponible siempre en retracción que, sin embargo, sea condición de posibilidad ontológica de su acaecer político óntico y concreto; Así pues, tal que un Hegel, Heidegger pretendería la mostración de la plenitud de la esencia del nazismo, más allá de su concreción política: la emergencia de la fuerza interna, el espíritu que lo anima.

14. Progreso y libertad.

 Para Hegel la Historia es el progreso de la conciencia de la libertad. "Progreso", que es un término muy ilustrado, en el sistema de este autor es fundamental. El avance es progresivo conforme a la dinámica interna de la idea, que es la dialéctica. La dialéctica es el modo en el que la conciencia sale de su en sí para devenir un para sí en ese viaje, en esa experiencia de objetivación en lo otro de ella para, finalmente, regresar del periplo de su exteriorización plenamente realizada en la libertad. Eso es el progreso para el mundo romántico, así es como se explica la historia: alcanzar la plenitud de la libertad, no sólo el avance meramente científico y técnico del (neo-)liberalismo.

 15. Masters en sacerdocio.

El sacerdote era un tipo humano fuerte que nos inoculó el virus del ascetismo para volvernos débiles. Ahora todos podemos ser débiles, todos podemos ser sacerdotes, coachers, CEOS, psicólogos, mierda dirigente del rebaño que también es rebaño. El ascetismo como virus se ha hecho un algoritmo fácil de seguir en la era de las técnicas. Métete a un master de algo, ahí con suerte te enseñan a ser un débil líder de débiles. La virtú renacentista, ¿eh? A la mierda con ella.

16. Virtú, areté y violencia.

Que (1) la virtú renacentista entronca con la areté homérica y que (2) en nuestras sociedades "democráticas" se olvida de que la violencia es la base de la instauración de la democracia misma. El lugar del soberano, garante del nómos, guarda en sí la phýsis y, por lo tanto, siempre encierra en él la posibilidad de liberar la phýsis para instaurar un nuevo nómos. El proceso constituyente se encuentra siempre "in actu nascendi". "La virtú del príncipe redunda no en sus cualidades morales, sino en aquellas acciones que lo hicieron virtuoso: "si fueron tales es porque teniendo que fundar una república o reformarla por entero no titubearon en atraer a sí toda la autoridad (auctoritas) a fin de asentar el bien del Estado. Pero estos modelos de virtud, que desafian las leyes ordinarias y SABEN ELEGIR LA VIOLENCIA QUE RESTAURA MÁS QUE LA QUE DESTRUYE, sólo se convirtieron en tales porque preferían el bien general al bien particular (Discursos, I, 9)."

17. Heidegger el anti-semita, otra vez...

Empiezo a estar un poco harto de estos artículos que presuponen una intención oculta en la obra filosófica de ciertos autores. Heidegger en los treinta tenía un proyecto político personal que puede leerse, por ejemplo, en textos como el origen de la obra de arte y que, indiscutiblemente, involucran el concepto de tierra como lo cerrado que es fuente de donación y de sentido. De lo que podemos culpar a Heidegger es de la torpeza política que supuso volcar sus aspiraciones filosófico-políticas en el nazional socialismo. Pero eso no implica, en absoluto, que su pensamiento pueda identificarse con el nazismo cuando, éste, es la máxima expresión de la mistificación de mitos y teorías pobremente entendidos, empaquetados para la venta a las masas; proceso éste que es radicalmente contrario al pensamiento heideggeriano que, con términos como inautenticidad e impersonalidad, suponían una critica radical a la sociedad de masas, articulada por medios de comunicación como la radio o el cine. Sobre la acusación de antisemita, no podemos olvidar que Heidegger era un nacionalista alemán, y eso, como para cualquier nacionalista, es fuente de prejuicios y temor; pero esto no significa que fuera un racista a favor de la exclusión y exterminio de los judíos, sobre todo porque el racismo implica una dimensión biologicista de supremacía que es radicalmente contraria a la filosofía hedeggeriana. En tercer lugar, el olvido del ser y el anti-humanismo heideggeriano que resalta al ser sobre el actuar humano es, filosóficamente, producto de sus análisis de textos y estudios sobre Parmenides, Platón, Agustín y el Maestro Eckhart para cursos sobre la fenomenología de la religión; no obstante, como es evidente para cualquier autor occidental, Heidegger estaba influenciado por la cultura grecolatina y judeocristiana: que no hiciera citas explícitas de la Cábala no quiere decir que encubriera la inspiración hebraica de su pensamiento. Inferir eso es sencillamente capcioso y son ánimos de buscarle tres pies al gato. Todos aquellos que han caído en estos intentos de desacreditar la obra y el pensamiento, que no al autor, son producto del proceso publicitario de la obra de Heidegger mediante el morbo y la polémica; se encuentran en el "SE IMPERSONAL" que insiste en el deslizamiento de la importancia de la obra de Heidegger en cuestiones amarillistas dignas del Canal Historia.

18. El monstruo que quería ser un dios.

 La phýsis (naturaleza), como decía Heráclito, ese fuego que se apaga y enciende conforme a medida (Lógos/métron), se expresa en las estaciones del año, en los ciclos de la cosecha, en los fuegos descontrolados que arrasan bosques para enriquecer la tierra; en los períodos en los que el Nilo se desbordaba para anegar el cultivo y hacer más potente el sustrato del aluvión. Pero antes del Lógos que mantiene en armonía el exceso de la phýsis no había medida, era el imperio de los dioses primordiales: la noche (nix), el chaos, el destino (moira); más tarde cayó la phýsis bajo el dominio de los titanes, hijos de Gea y Urano, la Tierra y el Cielo, como nos cuenta Hesíodo en la Teogonía. Del encarcelamiento del titán del tiempo, Chronos, se impuso el orden de los nuevos dioses antropomórficos, del panteón del divino Zeus. Fue Zeus, cuenta Hesíodo, el que otorgó la ley a la naturaleza (phýsis) para que ésta se moviera (dýnamis) conforme a ley y medida (Lógos/métron). La bella talla del dios del panteón, construida gracias a la armonía en sus proporciones, esconde el secreto de los dioses primordiales, los titanes y la locura de una phýsis desencadenada. Ese es el ideal aristocrático de Nietzsche, la imposición de una armonía de fuerzas desplegadas, como un campo de intensidades, en la superficie de inscripción del individuo y su cuerpo. La monstruosa phýsis hecha obra de arte, canon de belleza gracias al lógos, la medida, la ley que encauza los excesos sin negarlos, sin encorsetarlo en el frío decurso de la lógica del diálogo, tal que un Sócrates o, peor aún, un sacerdote con ropajes de psicólogo o profesor de ética utilitarista. Estar más allá del “hombre” supone tener las entrañas para aceptar el monstruo primordial y desbordante de la phýsis en nosotros y hacer de él un dios apolíneo. Apolo, que hiere de lejos, que difunde la enfermedad y la muerte sobre el campamento de los aqueos apostados en la playa de Troya y que, sin embargo, es señor de las artes y patrón de las musas.

19. Dios, unidad, lengua y nación.

 En Navarra me encuentro con unas bolsas extraordinarias para profesores bilingües de euskera y pienso en el muerte de Dios. El concepto metafísico y político de Dios refiere al de "unidad"; es de hecho, para el mundo medieval, un trascendental convertible con la propia noción de Dios. Dios es la unidad de la misma manera que es el bien, la verdad, la belleza... herencias del neo-platonismo. Lo mismo me ocurre cuando advierto, con ocasión del año Cervantes, que un autor y una obra quedan adscritos a una lengua y una nación: celebrar el año Cervantes es celebrar aquello uno que nos hace españoles... la lengua; implantar biopolíticamente un idioma, como es el euskera, en el sistema de enseñanza es también recurrir al concepto metafísico de unidad, para dar cohesión y sentido a un ficto, un constructo de la imaginación que es la nación. El humanismo de la ilustración en adelante ha jugado un papel muy importante en la refundición de estas tres ideas: nación, idioma y unidad; tres ideas que cumplen la misma función de Dios, el mismo carácter operativo que es el de dar unidad y cohesión a un pueblo (judíos y gentiles cristianos). En las iglesias se aprende el evangelio, a ser un buen cristiano y a formar parte del uno que es la comunidad; en las escuelas se alfabetiza, se enseña el idioma de la nación que hace digno de ser uno con ella. Dios ha muerto, pero en su lugar, el espíritu de venganza contra la multiplicidad, la disensión y lo que no puede limitarse ni circunscribirse al uno, sigue operativo como dispositivo lingüístico y político. Tal vez Foucault llamaría a eso dispositivo saber-poder. Buenas noches.

 20. Mandrake/Ekardnam.

 En 1986 contaba yo con siete años de edad y recuerdo que un compañero trajo a clase este librito ilustrado de Mandrake el mago. "En el mundo del espejo" se titulaba esta novela para jóvenes, en la que en cada página se resumía la anterior mediante una ilustración de Phil Davis, habitual dibujante del personaje en las tiras dominicales. Por supuesto, la obra estaba escrita por Lee Falk, el creador del personaje que, además de guionista de cómics, era el dramaturgo de moda. Me sentí tan atraído por el texto y los dibujos que el colega tuvo que dejármelo a regañadientes: "ten cuidado y no lo pierdas, era de mi abuelo". Y ya lo creo que era del abuelo, ya que esta edición es de la editorial argentina Abril, ¡impresa en 1948! Sí, en 1986, la primera novela que leí completa en toda mi vida databa de 1948. Fascinante me pareció que el mago encontrara su némesis en un mundo invertido, más allá del espejo, donde los árboles estaban colocados del revés, de manera que mostraban al mundo sus raíces; los buenos eran los malos y los malos los buenos; y Mandrake tenía que vérselas con Ekardnam, un negativo suyo, de blanco entero, que pretendía usurpar su identidad y dominar así nuestra realidad no especular. Ahora, treinta años después de su primera lectura y setenta años después de su impresión, me lo encuentro por cuarenta euros en la tienda online de un señor de Pontevedra. Bah, prefiero seguir recordándolo con la maravilla de los ojos de un niño. Para qué reciclar los recuerdos con la pasta densa del presente...