domingo, 2 de octubre de 2016

Filosofía-pop 2.

13. De la imposible positividad de la retracción. 

Con Zizek llegamos entonces a la cuestión de si es posible, como en el caso de Heidegger cuando
condena el racismo del nazismo en tanto que biologicista, separarse de la ideología del texto para buscar algo más profundo, su “núcleo no-ideológico”. En este punto, el filósofo esloveno cree localizar una trampa en la argumentación heideggeriana: Heidegger se aleja del movimiento del nacional socialismo por su justificación racista, cosa que indispone a dicho movimiento para acceder a su “grandeza interior” como kairós político en el que se retome, de un modo originario, la relación entre ser y ser humano. Esto presupone que un movimiento político puede remitirse directamente a su fundamento “histórico-ontológico” sin embargo, a instancias del pensador alemán, para que la positividad del momento óntico del movimiento político sea posible debe darse una retracción de su momento ontológico, de manera que el compromiso óntico debería quedar siempre “desvalorizado” por el compromiso ontológico; así pues, ¿cómo es posible que el nacional socialismo muestre en su positividad el momento ontológico? Según Zizek no es legítimo, en el mismo contexto heideggeriano, que Heidegger exija a la positividad concreta y óntica que es el movimiento nacional socialista como biologicismo, supremacismo racial y nacionalismo férreo, una instancia no accesible e indisponible siempre en retracción que, sin embargo, sea condición de posibilidad ontológica de su acaecer político óntico y concreto; Así pues, tal que un Hegel, Heidegger pretendería la mostración de la plenitud de la esencia del nazismo, más allá de su concreción política: la emergencia de la fuerza interna, el espíritu que lo anima.

14. Progreso y libertad.

 Para Hegel la Historia es el progreso de la conciencia de la libertad. "Progreso", que es un término muy ilustrado, en el sistema de este autor es fundamental. El avance es progresivo conforme a la dinámica interna de la idea, que es la dialéctica. La dialéctica es el modo en el que la conciencia sale de su en sí para devenir un para sí en ese viaje, en esa experiencia de objetivación en lo otro de ella para, finalmente, regresar del periplo de su exteriorización plenamente realizada en la libertad. Eso es el progreso para el mundo romántico, así es como se explica la historia: alcanzar la plenitud de la libertad, no sólo el avance meramente científico y técnico del (neo-)liberalismo.

 15. Masters en sacerdocio.

El sacerdote era un tipo humano fuerte que nos inoculó el virus del ascetismo para volvernos débiles. Ahora todos podemos ser débiles, todos podemos ser sacerdotes, coachers, CEOS, psicólogos, mierda dirigente del rebaño que también es rebaño. El ascetismo como virus se ha hecho un algoritmo fácil de seguir en la era de las técnicas. Métete a un master de algo, ahí con suerte te enseñan a ser un débil líder de débiles. La virtú renacentista, ¿eh? A la mierda con ella.

16. Virtú, areté y violencia.

Que (1) la virtú renacentista entronca con la areté homérica y que (2) en nuestras sociedades "democráticas" se olvida de que la violencia es la base de la instauración de la democracia misma. El lugar del soberano, garante del nómos, guarda en sí la phýsis y, por lo tanto, siempre encierra en él la posibilidad de liberar la phýsis para instaurar un nuevo nómos. El proceso constituyente se encuentra siempre "in actu nascendi". "La virtú del príncipe redunda no en sus cualidades morales, sino en aquellas acciones que lo hicieron virtuoso: "si fueron tales es porque teniendo que fundar una república o reformarla por entero no titubearon en atraer a sí toda la autoridad (auctoritas) a fin de asentar el bien del Estado. Pero estos modelos de virtud, que desafian las leyes ordinarias y SABEN ELEGIR LA VIOLENCIA QUE RESTAURA MÁS QUE LA QUE DESTRUYE, sólo se convirtieron en tales porque preferían el bien general al bien particular (Discursos, I, 9)."

17. Heidegger el anti-semita, otra vez...

Empiezo a estar un poco harto de estos artículos que presuponen una intención oculta en la obra filosófica de ciertos autores. Heidegger en los treinta tenía un proyecto político personal que puede leerse, por ejemplo, en textos como el origen de la obra de arte y que, indiscutiblemente, involucran el concepto de tierra como lo cerrado que es fuente de donación y de sentido. De lo que podemos culpar a Heidegger es de la torpeza política que supuso volcar sus aspiraciones filosófico-políticas en el nazional socialismo. Pero eso no implica, en absoluto, que su pensamiento pueda identificarse con el nazismo cuando, éste, es la máxima expresión de la mistificación de mitos y teorías pobremente entendidos, empaquetados para la venta a las masas; proceso éste que es radicalmente contrario al pensamiento heideggeriano que, con términos como inautenticidad e impersonalidad, suponían una critica radical a la sociedad de masas, articulada por medios de comunicación como la radio o el cine. Sobre la acusación de antisemita, no podemos olvidar que Heidegger era un nacionalista alemán, y eso, como para cualquier nacionalista, es fuente de prejuicios y temor; pero esto no significa que fuera un racista a favor de la exclusión y exterminio de los judíos, sobre todo porque el racismo implica una dimensión biologicista de supremacía que es radicalmente contraria a la filosofía hedeggeriana. En tercer lugar, el olvido del ser y el anti-humanismo heideggeriano que resalta al ser sobre el actuar humano es, filosóficamente, producto de sus análisis de textos y estudios sobre Parmenides, Platón, Agustín y el Maestro Eckhart para cursos sobre la fenomenología de la religión; no obstante, como es evidente para cualquier autor occidental, Heidegger estaba influenciado por la cultura grecolatina y judeocristiana: que no hiciera citas explícitas de la Cábala no quiere decir que encubriera la inspiración hebraica de su pensamiento. Inferir eso es sencillamente capcioso y son ánimos de buscarle tres pies al gato. Todos aquellos que han caído en estos intentos de desacreditar la obra y el pensamiento, que no al autor, son producto del proceso publicitario de la obra de Heidegger mediante el morbo y la polémica; se encuentran en el "SE IMPERSONAL" que insiste en el deslizamiento de la importancia de la obra de Heidegger en cuestiones amarillistas dignas del Canal Historia.

18. El monstruo que quería ser un dios.

 La phýsis (naturaleza), como decía Heráclito, ese fuego que se apaga y enciende conforme a medida (Lógos/métron), se expresa en las estaciones del año, en los ciclos de la cosecha, en los fuegos descontrolados que arrasan bosques para enriquecer la tierra; en los períodos en los que el Nilo se desbordaba para anegar el cultivo y hacer más potente el sustrato del aluvión. Pero antes del Lógos que mantiene en armonía el exceso de la phýsis no había medida, era el imperio de los dioses primordiales: la noche (nix), el chaos, el destino (moira); más tarde cayó la phýsis bajo el dominio de los titanes, hijos de Gea y Urano, la Tierra y el Cielo, como nos cuenta Hesíodo en la Teogonía. Del encarcelamiento del titán del tiempo, Chronos, se impuso el orden de los nuevos dioses antropomórficos, del panteón del divino Zeus. Fue Zeus, cuenta Hesíodo, el que otorgó la ley a la naturaleza (phýsis) para que ésta se moviera (dýnamis) conforme a ley y medida (Lógos/métron). La bella talla del dios del panteón, construida gracias a la armonía en sus proporciones, esconde el secreto de los dioses primordiales, los titanes y la locura de una phýsis desencadenada. Ese es el ideal aristocrático de Nietzsche, la imposición de una armonía de fuerzas desplegadas, como un campo de intensidades, en la superficie de inscripción del individuo y su cuerpo. La monstruosa phýsis hecha obra de arte, canon de belleza gracias al lógos, la medida, la ley que encauza los excesos sin negarlos, sin encorsetarlo en el frío decurso de la lógica del diálogo, tal que un Sócrates o, peor aún, un sacerdote con ropajes de psicólogo o profesor de ética utilitarista. Estar más allá del “hombre” supone tener las entrañas para aceptar el monstruo primordial y desbordante de la phýsis en nosotros y hacer de él un dios apolíneo. Apolo, que hiere de lejos, que difunde la enfermedad y la muerte sobre el campamento de los aqueos apostados en la playa de Troya y que, sin embargo, es señor de las artes y patrón de las musas.

19. Dios, unidad, lengua y nación.

 En Navarra me encuentro con unas bolsas extraordinarias para profesores bilingües de euskera y pienso en el muerte de Dios. El concepto metafísico y político de Dios refiere al de "unidad"; es de hecho, para el mundo medieval, un trascendental convertible con la propia noción de Dios. Dios es la unidad de la misma manera que es el bien, la verdad, la belleza... herencias del neo-platonismo. Lo mismo me ocurre cuando advierto, con ocasión del año Cervantes, que un autor y una obra quedan adscritos a una lengua y una nación: celebrar el año Cervantes es celebrar aquello uno que nos hace españoles... la lengua; implantar biopolíticamente un idioma, como es el euskera, en el sistema de enseñanza es también recurrir al concepto metafísico de unidad, para dar cohesión y sentido a un ficto, un constructo de la imaginación que es la nación. El humanismo de la ilustración en adelante ha jugado un papel muy importante en la refundición de estas tres ideas: nación, idioma y unidad; tres ideas que cumplen la misma función de Dios, el mismo carácter operativo que es el de dar unidad y cohesión a un pueblo (judíos y gentiles cristianos). En las iglesias se aprende el evangelio, a ser un buen cristiano y a formar parte del uno que es la comunidad; en las escuelas se alfabetiza, se enseña el idioma de la nación que hace digno de ser uno con ella. Dios ha muerto, pero en su lugar, el espíritu de venganza contra la multiplicidad, la disensión y lo que no puede limitarse ni circunscribirse al uno, sigue operativo como dispositivo lingüístico y político. Tal vez Foucault llamaría a eso dispositivo saber-poder. Buenas noches.

 20. Mandrake/Ekardnam.

 En 1986 contaba yo con siete años de edad y recuerdo que un compañero trajo a clase este librito ilustrado de Mandrake el mago. "En el mundo del espejo" se titulaba esta novela para jóvenes, en la que en cada página se resumía la anterior mediante una ilustración de Phil Davis, habitual dibujante del personaje en las tiras dominicales. Por supuesto, la obra estaba escrita por Lee Falk, el creador del personaje que, además de guionista de cómics, era el dramaturgo de moda. Me sentí tan atraído por el texto y los dibujos que el colega tuvo que dejármelo a regañadientes: "ten cuidado y no lo pierdas, era de mi abuelo". Y ya lo creo que era del abuelo, ya que esta edición es de la editorial argentina Abril, ¡impresa en 1948! Sí, en 1986, la primera novela que leí completa en toda mi vida databa de 1948. Fascinante me pareció que el mago encontrara su némesis en un mundo invertido, más allá del espejo, donde los árboles estaban colocados del revés, de manera que mostraban al mundo sus raíces; los buenos eran los malos y los malos los buenos; y Mandrake tenía que vérselas con Ekardnam, un negativo suyo, de blanco entero, que pretendía usurpar su identidad y dominar así nuestra realidad no especular. Ahora, treinta años después de su primera lectura y setenta años después de su impresión, me lo encuentro por cuarenta euros en la tienda online de un señor de Pontevedra. Bah, prefiero seguir recordándolo con la maravilla de los ojos de un niño. Para qué reciclar los recuerdos con la pasta densa del presente...

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