No es posible obtener el concepto
de lo político mediante la relación entre Estado y sociedad ya que, por una
parte, el Estado liberal se supone político en oposición a lo social, una
oposición que no puede explicar la asimilación de lo político a lo social en
los Estados democráticos y socialistas;
y, por otra parte, la asimilación de lo social en el Estado político hace
imposible la explicación de lo político del Estado liberal. Schmitt encuentra que el concepto de lo
político debe encontrar una definición fundamental e irreductible a otros
contextos como el económico o el moral. Lo político no puede definirse en
función de otros términos que lo reduzcan a definiciones que nada tienen que
ver con él.
Schmitt sostiene que lo
político tiene su propia especificidad y que, por tanto, ha de ser posible
encontrar “una serie de distinciones propias últimas” para aislar la acción
política de cuestiones morales, económicas o jurídicas. En definitiva se está buscando la autonomía
de lo político respecto de otras instancias que intenten reducirla.
Si lo que define lo moral, según Schmitt, son
los dos polos opuestos entre bondad y maldad; lo estético lo bello y lo feo y,
entre ambas nociones no hay irreductibilidad entre la una y la otra (a no ser
que estemos en un planteamiento platónico), entonces debe haber también dos
términos contrapuestos que definan lo político: amigo-enemigo.[1]
Así, esta oposición
amigo-enemigo no puede reducirse ni inter-deducirse de las otras oposiciones
que caracterizan la moral, la estética o la economía (beneficio-pérdida). Lo político es político
al margen de lo económico, lo moral o lo estético: no haremos la guerra por que
el enemigo sea feo o, como en las justificación de las intervenciones norteamericanas en otros países,
porque sea malvado; ni tampoco, y esto tal vez sea más difícil de explicar, por dinero. Es aquí donde radica el realismo
político del pensador y jurista, al definir la noción de lo político en la
experiencia de lo que es, el hecho de que los seres humanos se alinean en
grupos conforme a relaciones de amistad y enemistad más allá de justificaciones
morales, estéticas o económicas.
El enemigo político, para
serlo, no hace falta que sea un competidor económico o un monstruo desalmado,
basta sencillamente con que sea “el otro, el extraño”. Tan extrema es esa otreidad que, si se da en un caso extremo el conflicto, entre ellos
no podría mediar un tercero si no es
sumándose a alguna de las dos partes. Para Schmitt la decisión de
declarar enemistad y guerra es cuestión de los involucrados y ninguna tercera
fuerza más. [2]
Otro rasgo de realismo en la
noción de lo político schmittiana es que la contraposición de conceptos
“amigo-enemigo” es “óntica” y “existencial[3]”,
esto es: que se establece mediante el análisis del plano del ser y no del deber
ser, ya que lo político no puede ser reducido, como hemos visto más arriba, a
las nociones más básicas de la ética (lo
bueno y lo malo); por el contrario éste designa un substrato real de
oposiciones “intensas[4]”,
“magnitudes políticas[5]”
concretas que tienen como condición de
posibilidad declararse mutuamente la guerra; la negación “existencial” del
enemigo como última solución extrema. Tanto es así que, en la concepción de
Estado de Schmitt, quien ostenta el cargo de soberanía es quien decide
políticamente quién es el enemigo y, en consecuencia, puede declarar la guerra.
La guerra es el horizonte de posibilidad de la unidad política y su soberanía.
Es el soberano el que, en un acto de decisión unilateral, se encuentra en
disposición para instaurar una situación excepcional como es la guerra y que
diez años antes al Concepto de lo político, en Teología Política. Cuatro capítulos sobre la doctrina de la soberanía,
se había definido como “estado de excepción”:
“Soberano es
quien decide sobre el estado de excepción. Sólo esta definición puede ser justa
para el concepto de soberanía como concepto límite. Pues concepto límite no
significa concepto confuso, como en la impura terminología de la literatura
popular, sino concepto de la esfera más extrema. A él corresponde que su
definición no pueda conectarse al caso normal, sino al caso límite. De lo que
sigue se verá que aquí por «estado de excepción» se entenderá un concepto
general de la doctrina del Estado, no un decreto de necesidad cualquiera o un
estado de sitio.”[6]
Aún debemos ahondar más en la
contraposición entre amigo y enemigo que nos ofrece El Concepto de lo Político,
antes de embarcarnos en la tremenda cuestión de la soberanía y la teoría del
decisionismo de Schmitt.
Hemos podido observar que el
jurista de Plattemberg entiende la guerra como la “realización extrema de la
enemistad”[7];
sin embargo, aún no hemos expuesto claramente cómo define Schmitt el concepto
mismo de enemigo. Lo primero que resalta
en la definición de enemigo es su carácter público: el enemigo no es el
competidor o la persona a la que se la tiene inquina; no se trata de un
adversario íntimo sino, como sostiene Schmitt, de una “suma de hostis[8]”,
de un conjunto de hombres que pueden oponerse combativamente a otro por cualquier tipo de razón, ya sea
económica, religiosa o estética. Es ahí donde reside el carácter de lo
político, en la enemistad misma y la posibilidad de la confrontación real, independientemente
de la justificación: en su magnitud o grado de fuerza intensivo; qué intensa
sea esa enemistad. Requiere de una potencia tan grande tal magnitud que, cuando
un grupo comienza a ejercerla, los asuntos religiosos o económicos pasan a un
segundo plano.
Por lo tanto el enemigo como
tal no es privado, no es un inimicis, sino
que se trata de la horda del hostis tal
y como se expresa, por ejemplo, en las obras de Cesar[9];
Es el hostis al que se designa como
enemigo de guerra, y la enemistad con él es de tal calibre que nace la guerra
como efectuación de ésta.
De manera que, la determinación de
quién es el enemigo y la posibilidad de declararle la guerra, son los asuntos
auténticamente políticos para Schmitt. Un Estado en el que un grupo de poder ha
alcanzado suficiente fuerza como para declarar al enemigo y llevar adelante, si
las condiciones lo requieren, una guerra es ya un Estado maduro: ha alcanzado
una auténtica unidad política. La guerra en sí, por eso, no es como sostiene
Clausewitz “la prosecución de la política por otros medios”[10];
la guerra es el horizonte último que posibilita lo político, ya que lo político
se configura siempre en aras a un posible conflicto bélico. Esta es la razón
por la que Schmitt no puede atribuirle una lógica inmanente a la guerra; ésta
no tiene sus propias determinaciones en sí misma, aunque sí una particular
gramática (puestos de mando, tecnicismos, uniformes). No es posible guerra sin
política, porque la política es la sitúa el espacio de juego y los
contrincantes: la guerra es sólo la efectuación más intensiva de la enemistad
y, por lo tanto, de la política.
Ya que la guerra, como hemos dicho, no
posee una lógica inmanente y separada de lo político, no debemos atribuir al
concepto de lo político en Schmitt un carácter belicista o pacifista, ni un
ideal social de la guerra victoriosa en la revolución. Precisamente, la idea de
lo político schmittiana, pretende constituirse de una manera aséptica: tanto en
el hecho empírico de la agrupación conforme a la amista y enemistad; como
trascendentalmente, ya que esta agrupación y la posibilidad de confrontación armada
es, si utilizamos un vocabulario más familiar a la filosofía moderna, la
condición de posibilidad de lo político mismo.
No es que la política tenga como
objetivo la guerra, no es sino que Schmitt cree poseer el conocimiento de un “presupuesto”[11]
ya siempre dado, de ahí su carácter de condición de posibilidad, de ese momento
límite de intensidad en la enemistad que es la guerra y que, como tal,
determina cualquier acción o pensamiento humano respecto a la política. En
Schmitt los agentes de la configuración política están ya siempre actuando y
pensando en la previsión de una futura guerra con el enemigo del Estado.
Esta asepsia, fuente del realismo
político de Schmitt, no involucra intereses de partido, morales, estéticos o
religiosos:
“El fenómeno de
lo político sólo se deja aprehender por referencia a la posibilidad real de
agrupación según amigos y enemigos, con independencia de las consecuencias que
puedan derivarse de ello para la valoración religiosa, moral, estética o
económica de lo político”[12]
Apartar la disposición
amigo-enemigo y la posibilidad de declarar la guerra de intereses que vayan más
allá de la esencia de lo político tiene para Schmitt, además del
riesgo de las neutralizaciones, la justificación moral de la guerra.
[1] Cf. Ibid., págs.. 56-62.
[2] Cf. Ibid.,p. 57.
[3] Ibid., pp. 57-58.
[4] Ibid.,
p. 68: “Por sí mismo lo político no acota un campo propio de la realidad, sino
sólo un cierto grado de intensidad de
la asociación o disociación de hombres”
[5] Ibid.,
p. 67. Donde la “magnitud” política es entendida como una fuerza real, concreta
que, precisamente por ello, ya tiene una medida de poder en la escala de lo
político. Un grado de intensidad con el que ejercer una violencia que lo sitúe
como una de las partes en conflicto en la relación de amigo-enemigo.
[6] SCHMITT, C. Teología política. Trotta, Madrid, 2009, p. 13.
[9]CÉSAR, J.
De bello gallico III, 14, 1ss.: “Compluribus expugnatis oppidis, Caesar, ubi
intellexit frustra tantum laborem sumi neque hostium fugam captis oppidis reprimi neque iis noceri posse, statuit
expectandam (esse) classem. Quae ubi convenit ac primum ab hostibus visa est, circiter CCXX naves eorum
paratissimae atque omni genere armorum ornatissimae profectae ex portu nostris
adversae constiterunt...” [Tomadas por asalto muchas, César, cuando
comprendió que un trabajo tan grande era emprendido en vano y que, aunque
conquistaba las ciudades, la huida de los enemigos no era detenida y que no
podía perjudicarles, decidió que la flota debía ser esperada. Cuando ésta llegó
y nada más ser divisada por los enemigos, casi doscientas veinte naves de éstos
(de sus naves), salidas del puerto preparadísimas y equipadísimas con todo tipo
de armas, se situaron enfrente de las nuestras.]