jueves, 26 de enero de 2017

Humanismo y Utopía.



Creo que, al fin y al cabo, ese carácter abierto de la esencia de lo humano del que participan autores como Heidegger (Anti-humanismo) o Foucault (Post-humanismo),  está influenciado por el humanismo del  Renacimiento. Sólo hay que leer el Discurso sobre la dignidad del hombre para entender que Pico della Mirandola sitúa el despliegue del ser humano desde la bestia más salvaje hasta el ser más celeste:

"Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna, te la determinarás según el arbitrio(derecho) a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice (creador) de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar (descender) en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas."

Estar en el centro del mundo no tiene por qué suponer ser sólo dueño y señor de la totalidad de lo ente (el Nietzsche de Heidegger) o ser el único sistema de referencia por el cual el mundo se valora (Protágoras). Estar en el centro de la creación es estar en potencia de ser toda la creación, casi nada. Por otra parte, creo que lo que debe conservarse del humanismo, en contra de Heidegger, es precisamente el perfeccionamiento humano en sentido de paideia o humanitas: el mejoramiento del ciudadano en pos a un ideal de lo humano que, sí, es por supuesto metafísico y, además, guarda en sí el peligroso sentido de "progreso" como valor. Pero es que en eso consiste la educación en la escuela primaria y secundaria, si no, dejemos que a nuestros ciudadanos los eduque la propuesta de ser humano de la televisión: hombres “tronistas” y mujeres “mamachicho”. Es más, diré que Ser y Tiempo, a riesgo de caer en una especie de antropologismo del texto, entiende la existencia del ser humano como un proyecto que debe completarse y cuidarse (la cura del ser ahí) tal que una obra de arte. Es cierto que no se trata de una ética formal ni material, ni si quiera es explícitamente una ética, sino más bien una cura, un cuidado de sí en la autenticidad y la propiedad. Que me digan a mí que esto no es humanismo y, además, inspirado en un nuevo sentido de la areté aristotélica.

Ya sabemos que Ser y Tiempo es sólo la publicación de las dos primeras secciones de la primera parte, nos falta la tercera sección, llamada “Tiempo y Ser” y toda su segunda parte; de estas dos secciones ya públicas sólo puede inferirse un proyecto filosófico que pone al interrogante ser humano como único ente desde el cual es posible hacerse la pregunta por el sentido del ser, por ello, se requiere de una preparación y análisis de las estructuras de ese particular ente, razón por la cual, mucha gente ha querido “antropologizar” Ser y Tiempo; no obstante, independientemente de todo esto, la obra no deja de ser la descripción fenomenológica para una hermenéutica del ser que necesita del hábito de la auténticidad del ser humano. Se trata, por ello, del análisis de una catarsis purificadora del ser humano, que deje atrás lo dicho y lo creído, para atender al asunto de lo más originario (el ser). Desde aquí, y estoy con lo que deja caer Sloterdijk en Normas para el parque humano, entiendo que la propuesta del primer y segundo Heidegger, si es que eso existe, es un humanismo “onto-pastoril” o de la escucha paciente y, por ende, un modo muy eficaz de inhibición en el habitar cabe.

Lo que le ocurre a Heidegger en la Carta sobre el Humanismo es que quiere desembarazarse de los términos metafísicos, que según él, lastran el pensar de lo más esencial. Eso no significa la muerte del humanismo, sino la destrucción de su estructura metafísica para revertirlo en otra cosa; sin embargo, esto no tiene por qué suponer la negación de un proyecto de perfeccionamiento (si, con Heidegger, para nombrar semejante proyecto no queremos usar la palabra "humanismo", podríamos llamarlo “el cuidado” o “la cura”), sino más bien entender  la vida del ser humano como una obra de arte, de la misma manera que hizo Nietzsche. Matar el hombre no es matar un proyecto de perfección, es querer superar lo que por “hombre” entendemos. Por otra parte, añadiré que en La Carta sobre el Humanismo, Heidegger se hace ambiguo y, a la par, nos hace un lío por varios motivos: en primer lugar, cuando queriendo destruir ciertos términos de la metafísica clásica y medieval, como “esencia” y “existencia”, ambos  ligados a potencia y acto, nos remite a resituarnos en la verdad de la “esencia” del ser humano, algo que resulta contradictorio. Salir de un vocabulario metafísico para alcanzar un pensar más allá de la filosofía, es como querer respirar sin aire; en segundo lugar, como dice Esposito, al apartar la animalitas de la definición clásica de la humanitas, "animal racional", en una especie de epojé que deja en suspensión de juicio lo biológico y natural en el ser humano, se ensalza un humanismo purificado de la bestia y su yugo biológico.

Para terminar, me gustaría partir una lanza a favor de la utopía como  idea reguladora del mejor gobierno para la vida buena; y de la humanitas como la educación para el cumplimiento de este ideal regulador. Sé que tras la Dialéctica Negativa es lícito pensar que estas ideas reguladoras pueden llevarnos desde la utopía a la “distopía”, pero es que toda humanitas y utopía que pretendan realizarse en un tiempo y lugar determinados traicionan su propia “impoliticidad”. A esto es a lo que quiero llegar: el perfeccionamiento de la humanitas y de la vida en común debe ser asintótico con respecto a su ideal, como ya nos enseñó Kant. El reino de los fines, el momento en que a todo hombre se le respete en su dignidad como un fin en sí mismo y no como un medio, es “nouménico”. No tiene una realización política concreta y por lo tanto es indisponible. Creo que es posible compatibilizar la idealidad metafísica con una impolítica que la hace ontológica, de manera que no colapse en la mundialización de una sola idea (eidos) de lo que debe ser el ser humano y cuál debe ser su gobierno ideal. Cuando el perfeccionamiento es asintótico e irrealizable en plazos concretos, como lo es el proyecto de hacerse bueno en Kant, no hay ni materia ni concreción que determine ese perfeccionamiento, sólo su forma, la ley, que se hace indisponible (el imperativo categórico es irrealizable). Situarse calmo (Gelassen) en esta tensión trágica entre ideal e irrealización que hace al mismo ideal indisponible es lo que mantiene abierto el concepto de ser humano.

Siempre que se ha traicionado esta indisponibilidad hemos caído en totalitarismos. No estoy de acuerdo con el poeta Heine, cuando nos avisa de que la revolución espiritual de Alemania (que es kantiana), comparada con la industrial anglosajona, es lo que nos traerá a una futura masacre. Es más bien el ingenuo intento de querer realizar YA y AHORA lo nouménico en un proyecto político concreto lo ue ha podido llevarnos a un Reich alemán. El extremo de positividad, que mata lo indisponible y lo anega haciendo que se deslice en lo ente, es lo que llevó al propio Heidegger a abrazar un “humanismo nazista”, si se puede llamar a esto “humanismo” -esta, por cierto, es una crítica muy interesante que hace Zizek a Heidegger en El sujeto espinoso-.

El destino de un pueblo en concreto que se despliega políticamente como obra de arte es ya superado, lo dice el propio Pöggeler, por una consideración del destinar como global: la técnica. Es aquí donde, creo, se vuelve a recuperar lo indisponible de una areté humana extática, transida de “Ex”, porque permanece en función de la escucha del ser… en su máximo peligro. La misma “Ex” que Heidegger aprendió del humanismo renacentista. Querer salvar el carácter excéntrico del ser humano es, ya en sí, una propuesta humanista.

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