Me encuentro en esta película el
silencio, el gesto mudo y la negación del sentido enfrentados a la
proliferación del exceso de significante y significado religioso. Dejar hablar
en el silencio, escuchar en la negación; eso y no otra cosa tal vez sea el
secreto de la religación. En la imposible traducción del mensaje cristiano (o
lo que es lo mismo, de la visión de mundo o mundo de sentido de Occidente) al
mundo nipón acaece el sincretismo. La cosmovisión japonesa sólo puede
aprehender las categorías religiosas y ontológicas de Occidente desde su
vivencia histórica y epocal, condición ésta que niega la universalidad del
mensaje cristiano. El Cristo nipón no es el Cristo evangelizado de la tradición
judeo-cristiana es, tal vez, el Sol, que perece todas las noches y nace todos
los días. Un elemento telúrico de la tradición Zen y los mitos japoneses. Esos
jóvenes jesuitas pretendiendo ser Cristo, vivir la vida y sufrimiento de
Cristo, para dejar una impronta en Japón tan indeleble que termine por
cristianizarse por completo, no hacen más que remedar un origen imposible de
repetir y, mucho menos, traducir a un mundo de sentido, tan ajeno al
cristianismo, como el de la espiritualidad japonesa. Están con ello saturando
el sentido de lo religioso en un una narración mil veces contada e interpretada
en todo el occidente cristiano, es por ello que este nuevo territorio exige de
una nueva narración del sacrificio… la del silencio. En la negación de la
estructura óntica del cristianismo, de los ropajes, de los salmos, de la
liturgia, del libro se encuentra, junto con el Zen, el fundamento ontológico de
la religación: atender al plus, el prius de realidad, la profundidad de
plano más allá de lo meramente presente de aquello que, al no poder presentarse,
no puede ser conceptuado en la palabra. En el silencio se retrae el exceso de
mito, de sentido, de palabra, de ente… de manera que sólo en el gesto mudo y la
negación (incluso del uno mismo) puede mostrarse el ser (religioso).