La cultura no existe, dicen algunos postmodernos. Supongo
que quieren criticar el humanismo nacionalista de los siglos XVIII y XIX, en el
que se enfatizó el término "cultura" como patrimonio nacional que
daba identidad y esencia a un país. Yo prefiero un sentido más originario de
cultura, que refiere al "culto": reunión en un espacio sagrado que
adora a una determinada deidad o a varias. Muchos critican la división entre
baja y alta cultura como clasista, tal vez esté obsoleta pero, no cabe duda, de
que la capacidad de leer, mirar y "oír" ha mutado en otra cosa. Los
últimos conatos de producciones para la lectura y los objetos de contemplación
estética se han adaptado a esta mutación, que consiste en la merma de la
capacidad de simbolizar del ser humano, dada su insistencia en lo meramente
presente; en el cálculo y la gestión estratégica. Esto ha ocurrido con menor y
con mayor éxito, depende del formato. No cabe duda de que el arte desde luego
ya no es una mera contemplación estética de la belleza; al menos no la belleza
desinteresada y clásica a la que alude el autor de este texto. Desde el
urinario de Duchamp hemos entrado en una época en la que el arte se ha hecho
meta-arte: reflexión sobre su propia esencia y validez; se ha hecho filosofía,
al fin y al cabo. Las performances, los ready-mades, las action-paintings, son
modos de proceder en el arte que han abandonado el canon de la belleza
estética; la manera de escribir de un Kerouac o de un César Vallejo ya mataron
la novela clásica y el canto del cisne y, aún siendo arte, reflejan mucho mejor
esta condición mutante de la pérdida de lo simbólico. El arte es lo que señala
la esencia de un determinado mundo de sentido: perder lo simbólico es estar ya
dentro de un determinado ámbito simbólico y sus producciones también son
artísticas. Hay una literatura para esta época, hay una poesía para esta época,
hay un cine y, en general, un modo de producir objetos artísticos para ésta
época; solo que requieren de otros formatos, otros soportes y otros públicos.
Evidentemente, para entender el arte de hoy y de ayer, sobre todo el de hoy,
hace falta mucha capacidad simbólica y mucho texto -no olvidemos que el arte se
ha hecho filosofía dada su autorreflexión-. La pregunta fundamental es: ¿puede
el ser humano dejar de ser humano para devenir otra cosa, si entendemos que lo
más propio de éste es su capacidad de simbolizar? Una época en la que el ser
humano pierde su dimensión simbólica progresivamente es también simbólica. Su
sentido es la pérdida de la capacidad de hacer sentido más allá de la mera
gestión y el cálculo; el arte que predomina en esta época es el que señala la
esencia de su época, su mundo de sentido pero, ¿y si esto colapsara? El cyborg
y el mutante son trans-humanos, aspectos por venir de algo que se sale de las
definiciones hasta ahora dadas de lo humano (clásicas, existencialistas,
metafísicas). Los proyectos de ser-humano en la educación tienen que habérselas
con estos cambios en la facultad de simbolizar que, al fin y al cabo, refieren
a un tránsito epocal por el que nada podemos hacer; no es posible una vuelta
atrás de toda una concepción simbólica del mundo, entre otras cosas porque ese
otro mundo nostálgico y romántico del que habla el autor ya se está
clausurando. Lo que aquí importa es si vamos a educar a estos nuevos
trans-humanos para empequeñecerlos o engrandecerlos: ¿trans-humanos para el
consumo y el cálculo o súper-hombres? Esa es la batalla decisiva en la que se
decidirá si el ser post-humano encontrará nuevos cauces de simbolizar su época
o, por el contrario terminará de cerrarse, empequeñecido, en diminutas casas
donde habitar seguros, conectados a la red para buscar porno y películas de
acción. Puede haber gran arte, y de hecho lo hay, en esta época en la que ha
cambiado el modo de simbolizar y su potencia; la letra a caído, pero la visión
y el oído pueden actualizarse hasta límites insospechados. Yo seguiré con la
letra, soy del siglo XX, pero hay otros modos de hacer filosofía y arte: todo
depende de lo que quiera Wert para nuestros hijos.
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