Encuentro
en esta novela los ecos del ciclo artúrico y, cómo no, ese nuevo comienzo
ontológico de nuestro mundo que es la Tierra Media de Tolkien. Pero no nos
engañemos, en ninguna manera se trata de uno de esos sucedáneos que la industria
del entretenimiento literario ha puesto a disposición del público adolescente.
Antes de una copia, estamos creo yo, ante el simulacro de la fantasía épica. Se encuentran los elementos del género de espada y brujería, pero los códigos han
cambiado: la épica lo es de un mundo que ya no volverá; sí, aquí, al igual que
en la Tercera Edad de Tolkien, el Dios se ha retirado del mundo y una edad dorada
ha dado lugar a una edad de hierro. La diferencia consiste en que las esquirlas
del tiempo de los héroes no dan sus frutos, no vuelen a florecer en una última
gran batalla contra Sauron; la acción tendrá lugar tras la era de Pendragón,
tras la era de la magia y los reyes designados por la espada del acontecer.
Kazuo Ishiguro nos presenta en El gigante
enterrado el último efecto mágico de la Inglaterra artúrica, el del olvido
y sus consecuencias ya que, sin duda, no sólo se olvida en la niebla misteriosa
el mundo esplendoroso que fue, sino también su fundación, su condición de
posibilidad. Toda la novela es la búsqueda del porqué de una situación en la
que la gente vive atrapada en la certeza sensible hegeliana, en un ahora
perpetuo sin tiempo ni Historia. Como en la tragedia griega, los personajes
principales cual edipos, buscan la esencia de su momento, pese a que lo que
encuentren pueda destruirlos a ellos y a su mundo. Es en el sueño, pues la obra
tiene una textura nubosa y onírica, en los lapsus del razonar diario, donde el
recuerdo reprimido emerge en busca de una autoconciencia terrorífica. Magnífica
vuelta de tuerca del género, del cual se ha aprovechado lo mejor para contar una
historia sólida, existencial y gratamente ontológica. El gigante enterrado es
el fantasma que lucha por retornar de su forclusión para traer de nuevo, tal
vez a la presencia, el fundamento tormentoso del mundo y su disposición
política: que la paz tiene como precio la sangre es algo que el antiguo Impero
Romano nos enseñó, razón por la que el reino soñado de Arturo es una pretendida
continuación de aquel.
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